La peleó con todo, con coraje y amor propio. Nunca le bajó los brazos a una enfermedad tan cruel. En las últimas horas, cuando todos sus seres queridos sabían que la suerte estaba echada, él sacaba fuerzas y hacía una broma para distender la situación. Gustavo llegó a Boca a los 15 años. Sentía que había nacido para ser arquero y no se guardaba nada en cada entrenamiento para cumplir con su sueño: debutar en Primera. Era un chico muy respetuoso, de hablar bajo y pausado. Pero en la cancha se transformaba y no se permitía errores. Anguila, tal como lo bautizó Víctor Civarelli al verle la cara totalmente embarrada, en un entrenamiento bajo la lluvia, fue escalando paso a paso. Nadie le regaló nada. Todo lo consiguió con su esfuerzo. El 2003 fue su año en el fútbol. Porque debutó en Boca ante Central, en Rosario, aquel día que los titulares celebraron en la Bombonera la obtención de la Libertadores. Y ese año vivió su momento de gloria cuando con el Sub 23 se consagró campeón Panamericano en Santo Domingo. Le cerró su arco a Brasil en la final. ¡Fue su partido! Al enterarse de su dolencia le puso el pecho a la situación. Fue admirable su reacción. Aceptó con valentía todos los tratamientos posibles. No le importaba el dolor físico. Dios se apiadó de él: ya era hora de que descansara en paz en su amado Paso de los Libres.